Nací y crecí en una ciudad llena de tradiciones culturales diversas (especialmente afro-americanas y afro-franco-hispanas) como lo es Santiago de Cuba, dentro de un medio familiar que propiciaba influencias musicales de toda índole. Junto al referido background del que inevitablemente me impregné, recibí desde los 8 años una sólida educación musical dentro de la tradición clásica occidental. En academias de música pasé la mayor parte de mi infancia y mi temprana juventud, hasta que me gradué de piano y luego de composición en el Instituto Superior de Arte de La Habana. Fué así como terminé componiendo para la escena de la tal llamada “música contemporánea” o “música moderna” o “de vanguardia”. Pero qué significan exactamente estos términos?
El musicólogo Bob Gilmore, en su interesante artículo Difficult Listening Hour publicado recientemente en The Journal of Music, hace la siguiente descripción: “...None these terms is exactly synonymous with any of the others, but all are fumbling attempts to describe what is, broadly speaking, the same thing: a kind of music that owes more to Western classical tradition than to traditional, popular or vernacular sources; is usually fully notated; is complex, dissonant and will often not contain any hummable melody or danceable rhythm; is hard to play and difficult to remember exactly...” (Ninguno de estos términos es exactamente sinónimo de alguno de los otros, sino vagos intentos de describir lo que es, a grandes razgos, la misma cosa: Un tipo de música que le debe más a la tradición clásica occidental que a fuentes tradicionales, populares y vernáculas; está por lo general totalmente escrita; es compleja, disonante y suele no contener ninguna melodía tarareable o ritmo bailable; es difícil de tocar y difícil de recordar con exactitud).
En efecto, creo que esta descripción de Gilmore se acerca bastante a como suele sonar una gran parte de la así llamada “música contemporánea” o “moderna” o “vanguardista” desde segunda mitad del siglo XX hasta nuestros días. También diría que se acerca bastante a como “se supone" debería sonar esta música para muchos de quienes la practican y/o la veneran.
Podría concluir entonces que de acuerdo a la formación musical clásica que he recibido, a la presencia en mi música de varios de los razgos descritos por Gilmore y a las sedes y circuitos donde ha sido expuesto mayormente mi trabajo hasta la fecha, tendría que ubicar mi obra creativa dentro de este género cuyo(s) término(s) cada quién trata de definir a su manera: “La música contemporánea” (vamos a llamarle así por el momento). Sin embargo, luego de leer varias veces el artículo al que hago referencia, las dudas que ya tenía al respecto se me han ido multiplicando. Voy a tratar de esclarecer a continuación todo lo que, de acuerdo a la descripción del Gilmore, no necesariamente encaja con mi lenguaje musical ni el de muchos otros de mis colegas (incluyendo compositores cabeceras de este período histórico, cuyos nombres no vendría ahora al caso mencionar para no extendernos).
- La música que yo escribo sí, le debe mayormente a la tradición clásica occidental, pero tiene TAMBIÉN una fuerte y audible conexión con fuentes tradicionales, populares y vernáculas.
- La música que yo escibo puede (o no) resultar compleja dependiendo del ángulo en que se analice, pero su construcción parte casi siempre de una base sencilla (aclararo: no utilizo aqui el término sencillo como sinónimo de simple).
- La música que yo escribo NO resulta muy disonante, pero tampoco completamente consonante.
- La música que yo escribo SÍ puede contener (o no) alguna melodía tarareable o algún ritmo (cercano a lo) bailable o quasi bailable.
- La música que yo escribo aunque sí resulta difícil de interpretar (y requiere de un intérprete calificado y muchas horas de ensayo), puede dar a muchos músicos académicos la impresión de “fácil” o “no tan difícil” al hojear la partitura superficialmente. Supongo que se debe -entre otras cosas- a que trato de mantener la notación (por lo general y en lo posible) dentro de ciertos límites tradicionales standard.
- Y por último, la música que yo escribo puede contener (o no) pasages no muy difíciles de recordar con exactitud, es decir, pasages relativamente o incluso a veces bastante asequibles al oido del público medio.
Mi pregunta es entonces: Puede etiquetarse realmente la música que yo escribo como lo que llaman “música contemporánea”? O no estará Gilmore con su definición limitando el término a UN solo tipo de lenguaje musical o a un circuito mucho más estrecho que el que realmente puede abarcar este término? La respuesta se la dejo al lector y a la audiencia.
A decir verdad, no suelo pensar en este tópico a la hora de crear. Solo trato de ser honesta conmigo misma, con independencia del lenguage que encuentre mejor para expresarme en cada momento específico. Nunca me ha interesado representar a una escuela, género o tendencia estética en particular, sino encontrar mi propia voz, que a ratos se me pierde entre tanta diversidad global. Trato de disfrutar al máximo esos momentos sublimes e inigualables de inspiración, junto a todo el proceso creativo (incluyendo el sudor) que implica cada nuevo proyecto, con la esperanza de transmitir luego al oyente de una manera u otra, el mismo disfrute con que fué realizado. Para definirlo en una sola palabra: Cuando escribo música, lo que más me interesa no es precisamente en qué categoría o género ubicarla de las/los miles que puedan existir. Me interesa más que nada COMUNICAR. Porque la música ha resultado ser, además de mi trabajo, mi mejor medio de expresión.
© Keyla Orozco, Mayo 2012, Amsterdam