Santiago de Cuba, Principios de los años 90
Nuestro comandante en jefe un día decidió distribuir pollitos vivos a la población en lugar de la carne semanal que (aveces) nos tocaba por “la libreta” (tarjeta de racionamiento). Ojo, los pollitos también eran por la libreta. Esto parecía tener una lógica aplastante: “Yo te doy los pollos, tu los crías, los reproduces y arréglatelas como puedas.
Teníamos derecho a 10 pollitos por núcleo familiar, independientemente de la cantidad de miembros del núcleo. Nosotros éramos 5, o sea 2 pollitos por persona (en caso de que decidiéramos ingerirlos de inmediato). Pero mi abuela estaba de visita, o sea que eran 1.66 pollitos por persona.
Primer día:
Nuestros 10 pollitos, una vez en su improvisada caja de cartón, se vierten encima el agua de tomar y casi mueren de hipotermia. Los descubrimos a tiempo. Sobrevivieron.
Segundo día:
Se elige por unanimidad la cocina-comedor como UNICO centro de estancia y recreación de los pollos (no teníamos patio), aunque estuviesen a riesgo de ser aplastados acidentalmente por la chancleta de mi mamá o mi abuela.
Tercer día:
Los pollos van entrando en confianza, ahora juegan fútbol con cualquier insecto que se encuentran en el piso. Mi hermano (el del medio) al darse cuenta decide narrar los juegos, pero para eso cada pollo necesita un nombre. Uno es bautizado como “ventilador” porque cuando corre hay dos plumitas a los lados que le dan vueltas. A otro le pusimos “barítono” porque piaba mas grave que los demás, del resto no me acuerdo.
Cuarto día:
A mi papá le sale humo por las orejas......
Segunda Semana:
Fallece el primer pollito ahogado con una cucaracha que se tragó jugando fútbol. Un lamentable acidente, ahora quedan 9.
Cuarta Semana:
Otra pérdida. Un pollito se atreve a subirse a un cubo de limpiar lleno de agua y se aventura a nadar..... Nos dimos cuenta unas horas después. Ya son 8.
Quinta semana:
Yo me lleno de valor y me decido a cargar un pollo por primera vez en mi vida (tengo fobia de las aves). Claro, estos todavía no tenian plumas, que es lo que realmente me aterra. Mis hermanos arman el escándalo: -Keyla tiene un pollito en la mano!- Eso merecía una foto. Qué pena que no teníamos cámara ni existían los celulares para haber congelado aquel gran acontecimiento! Todo el mundo pensó que esa sería mi terapia para curar la fobia (pensaron mal).
Sexta Semana:
Un pollo agarra “moquillo” (así le llamábamos al catarro aviar) y perece por falta de atención médica. Lloramos de la impotencia. Ya quedan 7.
A mi papá le sigue saliendo humo, pero ya no solo por las orejas....
Esto de las muertes "polliles" no solo ocurría en mi casa, todo el barrio iba comentando sus pérdidas diariamente. El vecino le grita a mi abuela: -Aquí quedan seis!- Mi abuela responde: -Pues aquí vamos por 7, es más, juégame ese número!- Mi abuela gana la bolita esa vez. Los pollos pasan a ser un ícono importante para ella en el asunto de la bolita (con la siguiente víctima no tuvo tanta suerte).
Séptima Semana:
Otro pollito comienza a tener síntomas de moquillo. Mi mamá para prevenir otra catástrofe trata de “ayudarlo” dándole jarabe expectorante (Benadrilina) con un gotero. Se le fué al pobre “por el camino viejo” y quedó ahi mismo, en sus manos. Mi mamá desesperada le daba bofetadas al pollo a ver si reacionaba: -Respira mi niño! Regresa!- decía ella. Mi hermano menor, que ya estaba en la cama para dormir, se levanta furioso con mi mamá y se arma un drama familiar. Quedan 6.
No supe como fueron desapareciendo los demás pollitos. Se acabó el verano y me regresé a la escuela en La Habana.
A mi papá ya no le quedaba sitio en el cuerpo por donde salirle el humo....
Para evitar divorcio, se decide por mutuo acuerdo entregar los últimos dos pollos (a modo de custodia) a una amiga querida que tenía patio. Uno de ellos falleció allá.
Seis meses más tarde....
Voy a visitar al único sobreviviente, por la curiosidad y por el cariño.... Aquella criatura lo que daba era lástima. Ya no podía llamársele ni pollo, parecía un ratón. Nunca creció ni engordó, además estaba cojo y tuerto. No serviría ni para una sopa!
No fuimos los únicos que nos volvimos vegetarianos a la fuerza en aquella época. Sobrevivimos gracias a las hamburguesas caseras de cáscara de plátano y al mal-oliente picadillo de soya (que por cierto, también era por la libreta).